TEMA DIFÍCIL
Alguna dirá, y tendrá razón en cierto sentido, que tengo obsesión con el tema escatológico porque ya hace una temporadita expuse mi intención de recoger símbolos de los baños para varones y para mujeres. Pero, queridas, ahora el tema que me ocupa es otro, un tema difícil realmente, peliagudo, espinoso como no encontré ninguno hasta ahora, íntimo, diría incluso que casi secreto.
Tan peliguado es este tema que no encuentro un nombre adecuado para referirme a él, de hecho, la única palabra exacta para la cuestión sería "escatología" , pero me dio yuyu eso de que la palabreja sirva tanto para los santos como para la mierda (con perdón).
Bueno, que sin más dilación (que no "dilatación", Marmarita, que te oigo), os planteo aquí el meollo de mi reflexión.
Resulta que tenemos una serie de funciones propias de un organismo vivo; bien, hasta aquí todo correcto. Tambien resulta que hay ruiditos de nuestro cuerpo que asumimos sin excesivo pudor (vease el crujir los dedos, o el rugir de tripas, el estornudo, la tos,...), perfecto.
Pero ¿qué nos pasa cuando nuestras flatulencias (gases naturales, al fin y a la postre) optan por salir?
Comprendo que "flatular" en público está mal (permitidme el verbo inventado, que me quedó muy fino); pero lo que a mí me llama la atención es el ejercicio de contención que hacemos cuando en un baño público coincidimos con alguien más y la puerta del servicio no es entera, es decir, que afuera se oye todo.
Esta suele ser la situación: estoy tranquila en la oficina, de repente mi cuerpo pide paso, bajo rauda y veloz (cada una que ponga aquí su ritmo corporal) al servicio, al entrar coincido con la administrativa que entra a la par que yo; como no puedo ya aguantarme, opto por entrar de igual forma (hay veces, que hasta prefiero irme y esperar para estar sola), entro en el cubículo individual correspondiente, la chica entra en el de al lado. Supongo que ella ha empezado a hacer algo, pero no oigo absolutamente nada, ni un liquidillo, ni una gotita, ni un reguerillo, nada de nada; hostia, qué mal rato. Mi cuerpo que quiere liberarse, yo que me contengo hasta el límite, hasta que consigo mi objetivo sin haber hecho el menor ruido. De repente, se oye el agua de dos cadenas y la tortura se acabó.
¿Por qué tanta contención? ¿Por qué esa tortura inútil? ¿Por qué ese pudor absurdo? ¿Os pasa a vosotras? ¿Les pasa también a los hombres? ¿Se rompen las parejas cuando deja de pasar esto y se comparte ya "todo"?
En fin, son dudas existenciales que tiene una. Ya sé, ya sé, que hoy es el día del libro, que se suponía que esto iba de lectura y no de escatología, pero así son los blogs.